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Review de Clímax (Gaspar Noé, 2018)

Gaspar Noé, aun en su corto repertorio fílmico ha sabido como no pasar desapercibido a partir de los temas y el abordaje elegido para llevar adelante sus producciones. Un claro ejemplo de esta afirmación es el suceso logrado en 2002 tras el estreno de la controversial “Irreversible”, donde el realizador brindó un sinfín de sensaciones, a partir de retratar al hombre en su versión más violenta, donde sus pulsiones se exhiben de la manera más explícita, dejando lo peor de sí mismo frente a la cámara. El resultado: un recorrido por el inframundo urbano, acompañado de un frenesí, difícil de procesar por la retina humana.



Clímax es el quinto largometraje del cineasta, estrenado en 2018, quien fiel a su estilo, pero aggiornado con recursos propios del documental, como aquella cámara en mano, que se transformará en nuestros ojos. El film se centra en narrar la historia de un grupo de jóvenes bailarines de danza urbana, reunidos en una jornada de tres días, realizada a puertas cerradas, donde como broche de oro se sumergirán en un histriónico festejo de despedida, donde los excesos y el vértigo de la música llevaran a cada uno de los invitados a un sin fin de acciones potenciadas por el entorno saturado por los estímulos sonoros y la iluminación psicodélica, lo cual sacará lo peor de cada uno.



El film estrenado 16 años después de “Irreversible”, Noé nos muestra un crecimiento técnico y en el modo de exponer el crudo relato, sin alejarse de su característico estilo. El director por medio de estrategias visuales y sonoras, logra que el espectador recorra una trayectoria semejante a la de sus personajes y se haga carne con el relato; sumándole una cuota de realismo, siendo que este está basado en un hecho real, ocurrido en Francia durante la década de los 90.


A nivel estructural, el film no está dividido en actos delimitados, sino que los pasajes escénicos se suceden a través de breves conversaciones alrededor de la pista. El universo del film estará limitado principalmente a la pista de baile, lugar que el director utiliza para dejar volar el lenguaje corporal de sus personajes, el cual a medida que avanza el metraje se vuelve cada vez más hostil, en composé con los hechos que acompañan a este rito musical: ya no hay un sentimiento de camaradería, sino que los individualismos brindan al espectador la sensación de que se avecina el caos.



A modo de cierre, diré que el film no subestima en ningún momento al espectador, sino que lo obliga permanecer como testigo de esta sumatoria de acciones, durante sus 95 minutos de duración, ya que cada detalle, cada conversación, cada gesto, son piezas que se entregan en mano a la audiencia, con el afán de prepararlos en cuerpo y alma para un final tan crudo, que ya para el último acto a nadie le quedarán dudas que el film porta la inconfundible firma de Gaspar Noé.



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